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Más de una vez he visto, la luz de la
mañana,
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acariciar las cumbres con ojo soberano, |
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besar su labio de oro el verdor de los campos, |
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dorando los arroyos con celestial alquimia. |
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Y permitir cubrir a las más ruines
nubes,
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con velo de tristeza, su rostro celestial, |
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y ocultar a este mundo su desolada cara, |
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marchando sin ser visto, deforme, hacia el ocaso. |
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De igual forma brilló, mi rostro una
mañana,
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con triunfal lucidez, sobre mi tierna frente. |
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Mas ¡ay! que fue de mí, solamente una hora, |
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la región de las nubes, lo escondió de mi
vista.
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Sin embargo, por esto, no desdeña
él mi amor,
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que la luz de la mente, se vela como el sol. |
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trad. Ramón García González
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