Tus primeras caricias, madre mía,
que desde niño, alegre meofreciste
en el cofre de amor guardo a porfía
aquel ramo de besos que me diste.
Adoro en mi soberbia lejanía
esos dulces consejos que trajiste.
Adoro la altivez y la osadía
de todos los regaños que me hiciste.
Adoro en ti la virginal pureza,
la dulce suavidad de los jazmines
y la sola esperanza de mi grito.
Eres la encarnación de la belleza,
el perfume de todos los jardines
y la canción de Dios al infinito.
Jaime Tobón Villegas